LA MANO INVISIBLE : PROLEGÓMENOS

por Arturo Cariceo Zúñiga


Parafraseando a Joseph Mankiewicz, creo que sinceramente se puede decir que he estado en el comienzo, el ascenso, la cima, la (aparente) caída y el (supuesto) fin del neoliberalismo. No parece ya importante que la carta constitucional de mi país, esa rara avis garante del fastuoso “economicismo”, empiece a sonar a pasado, pero es un dato, cuanto menos curioso, que ofrezca la provocativa impresión de que aún estamos viviendo en unos años ochenta que nunca terminan. Si el cambio de siglo tuvo como telón de fondo la caída de las Torres Gemelas, el acuerdo de Bolonia, la liberación de Pinochet y la edad de oro de los realities shows; la pandemia, por motivos comprensibles, los actualiza. Pasará algún tiempo antes de que las industrias culturales comiencen a alcanzar el consenso sobre el hálito ideológico, sin ornamentos posmodernos, que tira y afloja nuestras propias miserias, de manera sardónica. Si ahora vuelves la vista hacia atrás y analizamos cómo MTV, el Museo d’Orsay y los “Girasoles” de Van Gogh, hicieron desaparecer la distinción entre avantgarde y pompierismo, te das cuenta -tengo la impresión, a la hora de la verdad- que recorrer el presente y pasado del neoliberalismo permite indagar, no sin ironías, cómo el mundo del arte alimenta, encaja, dota, replica, a la gente más poderosa que se divierte a costa de los demás, encumbrados en una democracia, a medio construir. Lo que llamo “neopompierismo”.