LA MANO INVISIBLE : EL DEDO DE DIÓGENES



Produce una especie de vértigo, una ansiedad, la sensación de encontrar al neoliberalismo en una fase terminal y, tras cada “Black Friday” o “Cyber Monday”, ver como sigue mutando. Nunca pensé que fuera sencillo. Es como creer que la vanidad de los políticos no facilitará la narcocultura. Resulta descabellado pero todo análisis educado sobre las injusticias y desigualdades en mi país -consumista, depresivo y aburrido-  se topa con los lujos de la delincuencia y las drogas, terminando el diagnóstico como si fueran supersticiones. Tanta irracionalidad y omisiones inexplicables acarrea aturdimientos en el mejor estilo de los juegos de “Ilinx” del perspicaz Caillois. 


Mientras tanto, me deleito en Instagram armando, mezclando, friccionando o superponiendo una obra con la sensibilidad editada y editora de las redes sociales. Instagram es una especie de escultura fija, pero en flujo constante, una galería que comienza por el final y expones hacia el comienzo. Todo lo que posteas está hacia atrás. A diferencia de Blogger, donde se conserva un cierto realismo porque corregir, alterar, no resulta imposible. Este recurso de entallado en línea sigue siendo un aspecto muy sugestivo, que extraño en Instagram. Atrás quedan los primeros días de Internet, la época de las páginas web, intentando subir información limitados a la impronta anímica de un informático. 


Entre la cultura de la inmediatez de Blogger e Instagram, pasando por Facebook y Twitter, el recorrido psicogeográfico del arte sigue algo pasmado, tal vez, porque se limita a copiar de manera literal lo que ocurre en una ilusoria edad dorada del arte tecnológico, existente en el mundo exterior, con todo lo que pueda significar eso. Se siente un poco rara la gente del mundo del arte exponiendo obra por redes sociales. Le incómoda la ausencia de los ecos del museo y las galerías, haciendo parecer devaluada y solitaria una obra en formato JPG o una extensión MPG. Tengo la impresión que les devuelve en parte la tranquilidad a mis colegas, si la imagen subida a la “nada” digital, se extiende al interior de una página web en vez de Instagram o Blogger.


No hay que ser “geek” o “ludita” para evidenciar que el uso de las redes sociales y aplicaciones por parte de la sociedad, en los últimos años, desmienten una confusión de “realidades”, aunque, sí existe una mayor dependencia de las plataformas digitales, con sus algoritmos y nuestra compulsión por los dispositivos portátiles. Respecto a la manipulación y la desinformación en línea, se trata de una actualización, otra más, de los que siempre se han aprovechado de las vulnerabilidades ciudadanas. La historia humana está plagada de “fake news”. Lo que incomoda al mundo del arte no es la tecno-alteración del tejido social ni la corrupción de la democracia, sino el ver su capital cultural sólo en un teléfono inteligente y no en una gran sala de exposiciones. 


Al parecer, la pandemia global, una situación de genuina extrañeza, hizo posible cierta relajación en la industria cultural, al incorporar la intimidad on line, propia de la estética a nivel usuario, en el rumbo del arte. Pero no estoy muy seguro de eso, a pesar que el fenómeno “prosumer” de Internet, tiene ya un par de décadas. No es un asunto de “likes” solamente. Trasladar obras artísticas al medio transparente de la web puede también subvertir el “marketing de contenidos”, resultando una interpretación simbólica de la compleja relación de los artistas consigo mismos y con el público con aspiraciones artísticas.


Arturo Cariceo Zúñiga

para Cuidado y Peligro de Sí